La Niña de Irapa

PROLOGO

Carlos Ramírez Faría

Un buen día José Jesús Martínez Vera se lanzó a escribir poemas, y como el larguirucho ese no es ningún cargacatres, no lo hizo nada mal. Escogió una clave muy sonada por lo poetas ramplones, aquellos que de suspiro en suspiro pasan del estado sólido al vacío, pero lo hizo a conciencia y no desprovisto de recursos y parapetos para mantener alejada la banalidad. Escribió poesía amorosa, ariscada y soñadora. Contó como los afectos transforman a un hombre sin cambiarlo para nada, y lo que es más extraño aún, a veces sin que nadie fuera de él se percate de que se ha transformado. Recordó caminos y lugares, instantes y eternidades, y sobre todo, evocó personas que estaban en su memoria como "hechas" al buril. En otras palabras, escribió como han escrito los poetas desde que el primero de su estirpe, en un oscuro rebaño milenario, se puso a monologar ante sus atónitos, barbados y grasientos compañeros de cazas y recolecciones. Todo esto, lo del primer poeta del mundo y lo de Martínez Vera, fue muy espontáneo. Pero ahí no se queda esta corta historia.

Resulta que Martínez Vera es un tipo algo especial. Lo que tiene de largo también lo tiene de empecinado y de visionario. Un visionario pragmático y nada retraído. Es admirable quien llega al abismo negro de la frustración y conserva suficiente fuerza para mover a otras voluntades y reanimar propósitos semiapagados. Una persona con semejantes cualidades, aunque estuviese a un pelo de la vulgaridad, jamás caería en ese vicio, aunque todo se confabulase para que cediera a la tentación del sentimentalismo fácil. En primer lugar, antes de cometer cualquier delito contra el buen gusto poético, seguramente se daría cuenta del sacrilegio y haría todo lo posible para evitarlo o remediarlo. En segundo lugar, ni siquiera intentaría hacer poesía si no hubiese medido bien los recursos que estaban a su alcance. Lo mismo que organizar y conducir una gran empresa económica, es, mutatis mutandis, elaborar un conjunto agraciado de poemas. Algunos hasta dirían que esto último es mucho más difícil. Martínez Vera, insólitamente, tuvo la temeridad de apuntar hacia las dos metas. Lo único que le da credibilidad a esta afirmación es que se propuso cada uno de esos dos objetivos en distintos momentos de su vida.

El impulso poético es espontáneo, pero la realización de la poesía es puro artificio. El impulso nace en la sensibilidad; la realización sólo es posible gracias a la "cultura" y al aprendizaje. El ser humano es poeta, en sentido amplio, según el grado de su sensibilidad, pero si no conoce las tradiciones de la poesía y si no tiene la disciplina de la creación, la sensibilidad no le servirá más que para decir tonterías. La triste verdad es que la mayoría de los sedicentes poetas aquí y en todas partes no hacen otra cosa que balbucear, y pretender que sus balbuceos son el destilado más puro del arte. Martínez Vera, que no anda proclamando que sea un iluminado o que está en negociaciones con el numen (como podría estarlo con una empresa transnacional), combina la espontaneidad y el aprendizaje en las dosis adecuadas para merecer que se le lea como genuino representante de una tradición.

Los temas de su poesía lo emparientan con un romanticismo franco y sin torceduras (que tiene mucho también, fuerza es reconocerlo, de domesticidad), y en cuanto a su filiación con estilos específicos, el mismo Martínez Vera nos la revela cuando alude, menciona, imita o parodia a José Asunción Silva, Juan Antonio Pérez Bonalde, Rubén Darío, Amado Nervo y Pablo Neruda. Imitar, en este contexto, es un gran elogio. Error craso habría sido lanzar un esquife en el mar de la poesía sin unos duros rezones para clavar en una consistente tradición poética. En otras palabras, el autor de estos poemas no se propuso con ellos nada más estrafalario que expresar elocuentemente sus emociones. Para ello supo escoger una vía con agradables vistas pero sin el riesgo de escalofriantes precipicios.

Así pues mi amigo José Jesús Martínez Vera, antes de convertirse en magnate, incursionó con bizarría en las tierras donde brota la fuente de Castalia. La Niña de Irapa, un bello título "oriental", es el trofeo que trajo de sus correrías. A diferencia de otros que intentaron el mismo género de aventura, José Jesús no tiene que lamentar la pérdida de ningún miembro o la merma de cualquier facultad. Quedó intacto para todas las grandes lides de este mundo, entre las cuales quizás se pueda entreverar una nueva y pertinaz cruzada hacia las aguas en las que beben las musas y unos pocos mortales.

CONTENIDO
  1. La Niña de Irapa
  2. Te he buscado
  3. Añoranza
  4. Romance de las mujeres malas
  5. Mi vida
  6. Tu retrato
  7. Pago y saldo
  8. Ven
  9. Te quiero tanto
  10. Credo
  11. Cuando no estabas
  12. Milagro de amor
  13. Azul
  14. Para ti
  15. Ensueño
  16. Navidad
  17. No entendiste mi amor
  18. El sueño y el beso
  19. Ven a mi cama
  20. Nocturno
  21. Angustia de esperar
  22. Año nuevo sin Carúpano
  23. El querer y el poema
  24. Locura
  25. Parodia vulgata
  26. Cuchada
  27. Al estilo Rubén

No hay comentarios:

Publicar un comentario