martes, 12 de junio de 2012

Industria y consumismo


INDUSTRIA Y COMUNISMO
Mar. 2011 - J: J. Martínez Vera

Al analizar la Revolución Industrial ocurrida en Inglaterra a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, Carlos Marx, el padre del comunismo, expresó: “Vemos que las máquinas, que poseen la virtud maravillosa de reducir y hacer más fecundo el trabajo humano, traen a los hombres el hambre y la extenuación. Nuevas fuentes de riqueza . . . se convierten en fuentes de miseria. Las victorias de la técnica parecen ser compradas al precio de la degradación moral. . . a medida que la humanidad somete a la naturaleza, el hombre se convierte en el esclavo de otros hombres”  



¿Que había sucedido para disparar el pesimismo de Marx? Pues que en unas pocas décadas se habían producido muchos cambios que él intentó calificar. Aunque la economía casi nunca provoca cambios súbitos e inesperados, eso había sucedido en las islas británicas, provocando alteraciones de la vida en muchas personas. En la esfera textil, por ejemplo, los cambios habían sido fundamentales para la economía y la sociología. En casi todos los hogares, a finales del siglo XVIII, existían ruecas y husos para que las mujeres de la casa aprendieran a hilar. Eran tan comunes como las radios en el siglo XX. Los telares para tejer eran aún más antiguos que el hilado, de modo que todas las telas, de lino o seda, de lana o algodón, provenían de los hogares. Pero en la segunda mitad de ese siglo empezaron a perfeccionarse maquinas para hilar y tejer, multiplicando la productividad por persona y disminuyendo drásticamente los costos. La vieja forma de producción no pudo competir con la mecanizada, pero ésta si lo hizo con la de China, donde los salarios eran muy bajos. La disminución de fletes transformó la competencia local en mundial. Y este proceso empezó desde entonces a producirse en todos los países del planeta.

La marina inglesa, la más poderosa del mundo, repartió prendas de vestir en los cuatro confines, mientras la máquina de vapor, perfeccionada por la metalurgia y la mecánica con eficientes pistones, abarató el costo de la energía. Esto, a su vez, había sido posible por el desarrollo de la industria del hierro y el acero. Además, la aplicación de máquinas en las faenas agrícolas había liberado mucho brazo del campo, de modo que la alta oferta de mano de obra, redujo el salario por unidad de producción.

Se había iniciado la factoría. Los trabajadores iban al sitio donde estaban instaladas las nuevas máquinas. En lugar de llenar un carrete con una rueca, las mujeres podían producir decenas. En lugar de producir un metro de tela en el viejo telar, las máquinas producían cientos de metros. Los artesanos no pudieron competir con ellas ni los viejos agricultores enfrentarse a la producción agrícola mecanizada. Muchos trabajadores perdieron su  medio de sustento. Al comenzar el siglo XIX esa era la situación de Inglaterra y en todos los otros países que intentaban competir con ella.  Los agricultores de lana y algodón, de seda o lino; los metalurgistas del acero, los fabricantes de maquinas de vapor, los inventores de equipos textiles, los transportadores de mercancías y hasta las amas de casa dependían económicamente de la competencia internacional.  

El pesimismo de Marx parecía estar justificado. Pero no era así: Los cambios históricos sólo pueden ser juzgados por la forma en que ellos han ayudado o impedido a nuestra especie a sobrevivir y multiplicarse. No por cifras aisladas que no definen la situación global. Las muchas mujeres hilando y tejiendo no es una cifra significativa. Lo sucedido con los pocos artesanos de la época tampoco. Lo único importante al considerar la Revolución Industrial inglesa es lo que sucedió con la población total. Los datos significativos existen y son exactamente los siguientes. Entre 1.570 y 1.670 la población creció de 4.160.221 personas a 5.773.646 y  en 1.750 llegó a 6.517.035. Después de la Revolución Industrial alcanzó los 16.345.646 en 1.801 y los 27.533.755 en 1.851. El crecimiento por año había oscilado entre 0,16 y 0,39 por ciento antes y entre 1,36 y 2,96 después de la Revolución. No cabe duda que el padre del comunismo estaba comiendo “de la amarilla”. La Revolución Industrial trajo al pueblo inglés un enorme crecimiento y un insospechado bienestar. El bienestar general se manifestó también cuando, por primera vez en la historia, se prohibió el trabajo de niños menores de 9 años y se implementaron controles para que pudiesen asistir a las escuelas.

En 1.848, hace más de siglo y medio, Marx y Engels habían pronosticado el fin del capitalismo y el triunfo del comunismo porque este último sistema podía producir más riqueza y repartirla mejor. Un siglo después, en 1.950, las predicciones parecían haberse cumplido pues la mitad de Europa y la mitad de Asía, los dos continentes más importantes, estaban bajo su dominio. Cuarenta años mas tarde, en 1.990, con la caída del Muro de Berlín, se supo que su dominio no dependía del bienestar sino del terror. Los fusilamientos, las confiscaciones, las cárceles y los destierros habían sido el pan de cada día. Ya antes, en 1.978, China había adoptado el sistema económico capitalista y empezado a convertirse en una potencia mundial. En los últimos veinte años casi todos los países de América Latina (Brasil, Colombia, Chile, Perú, Costa Rica, etc.,) y muchos otros han logrado avances importantes respetando las reglas capitalistas. La riqueza de Corea del Sur deslumbra frente a la miseria de Corea del Norte. Hasta Cuba ha empezado a desandar sus pasos. ¿Cómo es posible que existan tantos venezolanos que sigan creyendo en pajaritos preñados?

Y la sorpresa es mayor cuando vemos algunos ejemplos emblemáticos de lo que ha sucedido con la industria venezolana en manos comunistas. Unas 400 empresas que eran tradicionalmente gerenciadas por expertos en la materia y supervisadas por sus accionistas fueron expropiadas y entregadas a dirigentes políticos inexpertos. Sólo en el año 2.010 le tocó el turno a 174. Entre las más importantes se cuentan centrales azucareros, cementeras, petroleras, eléctricas, CANTV, hierro, aluminio, Friosa, Monaca, envases,  Venoco, lácteos, sanitarios, Venepal, Fertinitro, minas, etc. Sin excepción, todas perdieron productividad. SIDOR, en manos privadas, producía 4 mil toneladas anuales. Ahora, con más personal, no llega a las 2.000. Con gigantescas reservas de bauxita, se están importando miles de toneladas. Las fallas eléctricas se multiplican, La gerencia de PDVSA se caracteriza por 30.000 nuevos empleados, menos producción, deudas millonarias contraídas y por la hedentina de Pudreval. Aunque aún quedan unas 9.000 empresas que emplean a unos 50.000 trabajadores, todas ellas se encuentran al filo de  la navaja. Si el destrozo industrial es un delito, este gobierno debe ser juzgado por crímenes de lesa patria.

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